Cuando Rafa nació llovía. Era una lluvia pausada, fría y melancólica... como siempre que llueve en marzo.
Mi familia lo niega, pero yo tengo ese recuerdo quizás figurado.
-Son cosas que pasan // Os ha tocado a vosotros // Tenéis que ser fuertes... - Me decía el pediatra que asistió en el parto mientras me acompañaba, sin decirme nada, a una sala donde estaba Rafa sobre una camilla.
Tenía la cara hinchada y rígida con la mandíbula metida hacia adentro. No podía abrir la boca, ni tragar, ni llorar. Apenas se movía.
Tenía los pies invertidos, metidos hacía adentro; el vientre hinchado y unos brazos muy finos que no tenían manos.
-¿Le puedo dar un beso? -pregunté a la enfermera que se secaba las lágrimas.
Al salir de la habitación la rabia me hizo sentirme el hombre más fuerte del mundo; pero también el más peligroso.
No recuerdo cómo se lo dije a Lourdes, ajena a lo que pasaba. Estaba en una habitación recuperándose de la cesárea y sospechando que algo no iba. No le habían dejado ver a Rafa.
Días más tarde me confesaría que soy "muy bueno contando noticias malas". Y allí estábamos los dos, empapados de aquella lluvia en alma y en los huesos.
#novamosaregalartenada
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